Descontada la necesidad de una intervención, la crisis política a la que debe hacer frente ahora Portugal no es una dificultad menor o complementaria. Puede ser una gran hándicap para Portugal y los países que más riesgo tienen en su economía.
Pese a la repercusión que la crisis portuguesa tendrá a corto plazo sobre la economía española, lo cierto es que los mercados descuentan desde hace tiempo la intervención del país vecino para que pueda hacer frente a sus compromisos económicos y financieros. Por tanto en el calculado riesgo español están ya descontadas las dificultades económicas portuguesas que, curiosamente, no son mucho mayores por la ancestral desconfianza que los sucesivos gobiernos portugueses han puesto siempre a todo intento de las empresas españolas por tomar el control de alguna empresa o sector luso. Hace unos días un alto responsable de Telefónica me recordaba la inyección de 7.500 millones de euros que su compañía hizo a Portugal por la compra del 30 por ciento de la compañía brasileña VIVO, no sin antes tener que superar gran cantidad obstáculos e injerencias políticas en la operación porque el Gobierno portugués estuvo en contra hasta el último momento.
Sin embargo, lo que no estaba descontado es la crisis política que ha obligado al primer ministro, José Sócrates, a presentar su dimisión ante el rechazo de todos los partidos de la oposición a secundar el programa de austeridad exigido por Bruselas. Y esta crisis política no es una variable menor, sino todo lo contrario porque será una enorme dificultad para que Portugal pueda hacer frente a la crisis económica. El partido que salga de las elecciones se va a encontrar en una situación peor que la actual y con una capacidad de maniobra política muy limitada.
Buena parte del debate parlamentario que se saldó con la dimisión de Sócrates, se centró en la crítica al plan de austeridad porque suponía una imposición de intereses y gobiernos externos. Sin embargo, la crisis política empuja todavía más a Portugal a la ayuda exterior y, en consecuencia, a atender sus demandas. La crisis política va a abrir un periodo de fuerte incertidumbre con la consiguiente pérdida de tiempo. Y Portugal no está para perder tiempo porque el 10 de junio tiene un vencimiento de 9.000 millones de euros al que responder y su crédito es mínimo a estas alturas como refleja la alta retribución, superior al 7 por ciento, que debe pagar a quienes compren sus bonos.
Tiempos duros para nuestro país vecino por mucho que en los últimos lustros se haya acostumbrados a las dificultades. Tal vez no sea una casualidad que en Portugal en los últimos tiempos sean cada vez más frecuentes los encuentros de fadistas en los que sus asistentes desgranan hasta altas horas de la madrugada su melancolía de aquello que pudo ser y no fue.